viernes, 5 de julio de 2019

Socialismo en disputa

Por Santiago Fucík

La emergencia de poderosos movimientos que critican aspectos del Estado y el sistema, como Gilets Jaunes en Francia, el movimiento de mujeres en Argentina y el mundo, junto al movimiento antirracista en Estados Unidos y el “revival” del socialismo de la mano de la generación milennial, sobre todo en el mundo anglosajón, pone en debate el significado de este término en un convulsionado siglo XXI.
“Destradicionalización” de la política
No es noticia que esta parte del siglo XXI ha traído fenómenos novedosos consigo. Podemos empezar por China, en donde grupos universitarios afines al marxismo se unen a los obreros de Jasic Technology en contra de lo que llaman “trabajo esclavo”, convirtiéndose en enemigos del régimen del Partido Comunista Chino, heredero del sistema nacido de las reformas de Deng Xiaoping. En India, el segundo país más poblado del mundo, la huelga general que paralizó a la nación tuvo como vanguardia a las mujeres, mientras en la Francia de los Gilets Jaunes, la burguesía empieza a temerle (otra vez) a la palabra revolución. El movimiento democrático catalán, no solo demostró una novedosa capacidad de articular volúmenes de fuerza contra el centralismo de Madrid, si no que a pesar de la derrota propinada (más por los límites objetivos de la dirección del movimiento, que por la fortaleza de sus enemigos), le dejó una herida mortal al régimen del ´78. Mientras en América, tierra de contrastes, es donde nacieron expresiones políticas que articulan clase, raza y género como #EleNao o #BlackLivesMatter. Trayendo aparejadas estas expresiones progresistas, “reacciones” desde lo político que apelan a los sentidos comunes más atrasados de las sociedades, nucleadas en alternativas de ultraderecha como Rassemblement National, Trump o Bolsonaro y por otro lado, intentos autodenominados “socialistas” o “democrático-radicales” como Sanders, el DSA (Democatic Socialist Party of América) y Jeremy Corbin del Partido Laborista británico. Es decir, intentos de producir por destra e sinistra, la identificación colectiva de franjas de masas que nacen a la vida política y encauzarlos en un rumbo político, en los estrechos marcos de la democracia liberal.
Podríamos decir que la puerta de entrada para estos movimientos y alternativas que salen de lo “tradicional”, se abre a partir de la crisis del 2008. Crisis que el capitalismo pudo contener, pero no pudo superar y el costo resultó en la extinción del “extremo centro” en Europa, la llegada de coaliciones inestables que no logran imponer su programa al gobierno, la muerte lenta de los partidos tradicionales en el mundo y el nacimiento de nuevas plataformas que encantan y desencantan rápidamente, como Podemos o Syriza. Mostrando que hay una tendencia ascendente a la no identificación con estas alternativas, tan ascendente como la tendencia a la pauperización las clases laboriosas. Que empuja, como hace mucho no vemos, a sectores de masas al debate político y hace ver a la calle, como un lugar en donde se pueden conquistar las demandas que antiguamente “bajaba” el Estado.
Esta situación en donde los partidos del régimen pierden hegemonía, mientras la clase trabajadora y los sectores populares se deprenden de sus representaciones tradicionales, pasando de la pasividad a un cierto activismo, es lo que conocemos como “Crisis Orgánica”. Concepto de Antonio Gramsci, que explica una situación transitoria, en donde ante el fracaso de una gran empresa de la burguesía (el neoliberalismo), esta padece una crisis de autoridad. Transitoria como decíamos, ya que ante la profundización de la crisis económica y respuesta de la clase trabajadora, esta intentará mediante actividades cada vez más coercitivas recomponer su autoridad.  
Pero es en este contexto, en donde se renueva la crítica contra aspectos del sistema de parte de la pluralidad de movimientos existentes, que el capitalismo conjuró en sus inicios y que no sabe si podrá controlar. De ahí que Trump salga al cruce contra el socialismo al que miles de jóvenes empiezan a mirar y que en la televisión Argentina (y latinoamericana en general), se presente el fracaso del proyecto chavista, como el fracaso del socialismo. ¿Pero qué socialismo representan estos personajes? ¿Qué sociedad deberíamos perseguir para escapar a la decadencia que hasta los economistas liberales predicen?
¿Socialismo o Keynes moderado?
A diferencia de varios periódicos europeos, en alusión a Corbin y Sanders, opinamos que lo que ocurre hoy no es una vuelta a la socialdemocracia de antes de lo que Trotsky llamó, el día trágico (4 de Agosto de 1914). Es decir, antes de que votase los créditos de guerra, traicionando así todo intento de emancipar a la humanidad de la belicosidad del sistema de clases.  No es una vuelta al antiguo programa mínimo que incluía, tomando el caso del Partido Socialista Obrero Argentino; la “Separación de la Iglesia y el Estado (…)”, “Revocabilidad de los representantes electos, en caso de no cumplir el mandato de sus electores.” y la  “Supresión del ejército permanente y armamento general del pueblo.”, entre otras, que de por sí ya son bastante más radicales que el conjunto de postulados de los modernos socialismos democráticos. Pero que a pesar de la ausencia de un puente entre el programa mínimo y el máximo, identificaba al socialismo, como un tipo de Estado tendiente a eliminar la sociedad de clases, para lo que era elemental la eliminación de la propiedad privada.
El programa de Bernie Sanders, como rostro del socialismo democrático en Estados Unidos, se parece mucho más a un keynesianismo moderado que al programa minimo-maximo, de la tradicional socialdemocracia. O tal vez a un programa mínimo, con la ausencia de objetivos máximos. El impuesto a las grandes fortunas, para utilizar dicho capital en la creación de un sistema universitario gratuito, la universalización de la salud pública, la extensión del seguro social y podemos sumarle el Green New Deal, impulsado por sectores del Partido Demócrata, son medidas progresivas que pueden servir para mitigar los efectos del neoliberalismo agresivo. Pero insuficientes en un mundo donde la inequidad es la norma y el 1% acumula lo que el otro 82%, si no se empieza por atacar las ganancias de los grupos monopólicos norteamericanos. Programa que además, se limita a lo económico y no propone espacios democráticos de intervención directa de las masas, en donde estas puedan ser parte determinante a la hora de encarar cualquier reforma, mitigando el poder de las tradicionales instituciones representativas, realzando los aspectos más radicales de la democracia liberal.
Otro elemento importante en la comparación es que la tradición socialdemocrata, seguía a Marx cuando este decía que los pobres no tienen patria, considerando a la clase trabajadora como igual, más allá de las fronteras nacionales, oponiéndose a toda forma de opresión de un país por otro. El socialismo de Sanders no requirió de un “día trágico”, nació siguiendo las políticas imperialistas de su país. Pudimos verlo con su apoyo a la maniobra intervencionista de la gestión Trump, con la “ayuda humanitaria” en Venezuela y también con el respaldo a Israel para bombardear Gaza, en el 2014. Pero no es nada que no esperáramos, Sanders no es parte de una candidatura independiente, es parte del Partido Demócrata con Hilary Clinton, la representación en carne viva de los capitales globalizados. En este sentido los compañeros del DSA, que identifican al capitalismo como el responsable central de los padecimientos de las mayorías, cometen un grave error al dirigir a sus miles de afiliados y simpatizantes al callejón sin salida del Partido Demócrata en las próximas elecciones. Y más grave se torna cuando vociferan que mediante Sanders arribaremos a algo similar al socialismo, cuando este ha demostrado representar a una fracción de la burguesía imperialista. El camino que deberían seguir, si realmente persiguen el socialismo, es el de construir una plataforma independiente de las alternativas del bipartidismo estadounidense. Que seguramente sea una tarea ardua, pero existen ejemplos como el del Frente de Izquierda en la Argentina, que ha conquistado influencia sobre una franja de masas que tiende a la independencia de clase.
A pesar de que todo esto es de público conocimiento, persiste la asociación de la figura de Sanders con la del socialismo, al igual que ocurrió en América del Sur durante la última década. Ligado a plataformas políticas que encararon programas de redistribución del ingreso, similar también a lo ocurrido con Podemos y Syriza en el sur de Europa.
¿Qué tienen de común y de distinto Chavez, Correa, Nestor y Cristina, Sanders, Iglesias y Tsipras? Que proponían un modelo de redistribución del ingreso y que al terminar sus mandatos, las reformas no fueron lo suficientemente profundas como para resistir la crisis de sus respectivos países y del mundo. Algunos en cambio, no tuvieron una economía global pujante, como Tsipras en Grecia, que asumió de lleno en la crisis y funcionaron como agentes perfectos para aplicar los planes de austeridad de la Troika/FMI, al igual que Dilma  durante su último mandato. No vimos, ni esperamos ver, con ninguno de ellos la nacionalización de las grandes propiedades rurales, tampoco la nacionalización bajo gestión de sus trabajadores de las fábricas que cerraron, el cese de pago de la deuda y nacionalización de la banca para evitar las fugas de capitales, ni mucho menos la diversificación de la producción que hubiese permitido, por ejemplo a Venezuela, no depender de las refinerías estadounidenses. No hablemos de la separación de la Iglesia del Estado, porque esta institución feudal funciono como mediadora entre los gobiernos y las luchas populares de la época, siempre a favor de los primeros. Ni de la creación de organismos que permitan la participación y decisión de las masas, en todo lo que competa al Estado. Estos mal denominados “socialismos” o “socialismos del siglo XXI”,  no han demostrado tener ningún programa viable para sortear la crisis y dirigirnos a una sociedad que rompa con el capitalismo. Todo lo opuesto, ante su impotente colapso han sido la vía de entrada para las nuevas y viejas derechas en sus países o han tomado en sus manos el programa de esta. No son opción para las nuevas generaciones.
Dime con quién andas y te diré quien eres
Lo interesante de todas estas alternativas “populistas”, de izquierda y derecha, así como del fenómeno Sanders, es que entran en la definición del politólogo alemán Otto Kirchheimer de “catch all party”. No se identifican con un sector social o un movimiento en concreto, apelan a todos y para esto requieren de un transformismo ideológico permanente y el fortalecimiento de un líder, que gana autonomía por sobre los organismos del propio partido. Apelan a la transversalidad de tópicos, de manera que cualquier integrante de la sociedad pueda llegar a suscribir. Siendo sus programas de gobierno tan versátiles, como coherentes con su único fin, el de perdurar como gestores de la democracia liberal y ganar votos.
Desde la perspectiva de Chantal Mouffe esto sería parcialmente correcto, si no dejamos de lado la única contradicción que admite como posible, la de “pueblo vs oligarquía”. Para la autora de “Hegemonía y Estrategia Socialista”, el pueblo no es una entidad basada en las relaciones sociales resultantes de los medios de producción. Es una unidad abstracta que se construye por medio de la elaboración de un referente, que pueda servir para identificar a los sectores descontentos con algún elemento de la sociedad actual. Ecologistas, feministas, progresistas, minorías, socialistas, peronistas, todo lo que haya en el tablero de la política que no se identifique con algún proyecto “oligárquico”. Articulando una “cadena de equivalencias”, en donde una demanda no está por sobre la otra, si no que las atraviesa trasversalmente a todas, ligándolas a un “significante vacío”. Confrontándola además con un enemigo único, que puede ser Vox para Podemos o Macri para el “frente anti-macri”.
Pero como todas las contradicciones no son determinantes para la autora, salvo la citada anteriormente, debido a que no trabajan sobre las posiciones que puedan tener los grupos sociales en la economía, si no exclusivamente sobre la identificación que estos hacen de ellos mismos, es que “(…) la identidad de los elementos articulados debe ser modificada por dicha articulación”. La práctica que opone a la concepción de la hegemonía que considera autoritaria, la alianza de clases de Lenin, resulta en una supuesta “hegemonía democrática” en donde la dispersión de grupos contradictorios, pierden su condición de dispersos al ser articulados y de contradictorios una vez hegemonizados.
Esto le permite, por ejemplo, apoyar explícitamente a Cristina, sin generarle ningún tipo de resquemor que quiera unificar trabajadores, con el agente policiaco del movimiento obrero por excelencia (la burocracia sindical), lo mismo con los estudiantes o las mujeres, a las que busca oponer un enemigo totalizante al punto que su demanda por el aborto o su crítica al Senado, pueda ser “articulada” con la de los integrantes de esta misma institución que no están con Macri y con las iglesias. Y le permite a Sanders, bastardear el nombre del socialismo, para identificarse con una creciente juventud que no le debe nada al capitalismo.
Desde nuestra perspectiva él problema que tienen estos agrupamientos es el mismo que tuvo Syriza, al ser catapultado al gobierno en el 2015. Un programa insuficiente para responder a la crisis de su país,  traicionando todas las demandas progresivas que el pueblo heleno había puesto en Tsipras, convirtiéndose en un gobierno de gestión de la crisis, respetando lo que nunca había prometido romper, su lealtad para con la democracia liberal.
El socialismo no es un eslogan de campaña
Lejos de considerar al socialismo como un eslogan o una demanda que ha de ser articulada con otras que se le oponen. Es que los socialistas revolucionarios, damos cada paso pensando en la conquista de un gobierno de trabajadores, en transición al socialismo. Este no tiene nada que ver para nosotros, con los tibios programas de redistribución de las ganancias que hemos visto en este último tiempo y que nos siguen prometiendo, ni con la actividad que las masas emprenden dentro de la sumamente limitada democracia liberal.
A diferencia de Mouffe, no pensamos que la contradicción sea entre “Pueblo y Oligarquía”. Y  que la confrontación principal sea con la figura presidencial que encarne el neoliberalismo. La contradicción fundamental para nosotros es entre trabajadores y capitalistas. Entre las grandes mayorías laboriosas, contra el sistema de conjunto.
¿Por qué? Porque por más que la autora se esfuerce en desconocer los roles determinados por la posición en la economía y el efecto que causan las relaciones que emanan del trabajo asalariado y el excedente extraído por unos pocos dueños de las firmas manufactureras o de servicio, esto es precisamente lo que explica para nosotros la desigualdad social y pauperización con la que se enfrenta la mayoría explotada del planeta. Como explica, además, el daño que sufren los ecosistemas por un sistema irracional que persigue la ganancia y las demandas democráticas que los modernos regímenes no pudieron conceder, como el aborto legal, la separación de la iglesia del Estado o una economía autosustentable, basada en energías renovables, que por cierto abundan y son más económicas. Si le preguntamos a la mayoría de la sociedad argentina, nos arriesgamos a decir que estaría de acuerdo con estas demandas, pero las instituciones, el marco jurídico que la burguesía desarrolló, no permite la participación directa de los habitantes. Temen que estos tomen decisiones que vayan en su contra y es por esto que existe el Senado, la Suprema Corte de Justicia, el veto presidencial y el ejército.
Como decía Marx en “Critica al Programa de Gotha”; “La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de producción” Es por esto que por más profunda que sea la redistribución de la ganancia, mientras sea ese 1% quien disponga de la propiedad privada, sea Sanders, Cristina o Perón quien la impulse, será insuficiente, desigual y no tendrá nada que ver con el socialismo.
Si entendemos al Estado actual, como herramienta de opresión de una clase minoritaria, sobre las mayorías trabajadoras, el socialismo no es más que dar vuelta el esquema, poniendo a las mayorías laboriosas por sobre las minorías. Volviendo propiedad común, los medios de producción y de servicios, borrando de la ecuación la apropiación de la ganancia por parte de la burguesía, permitiéndonos reducir la jornada laboral a lo necesario para el desarrollo de la sociedad de conjunto. Liberando el tiempo restante para el pleno desarrollo del intelecto humano. Remplazando las antiguas formas de democracia, que delegan el derecho a decidir a un representante e instituciones que sirven a la minoría, por consejos en donde cada individuo pueda deliberar sobre los asuntos políticos, económicos y sociales que lo atañan, como mostraron los soviet rusos en 1917 o como pudieron haber sido los cordones industriales chilenos en la década del ´70.
Para esto, es inviable “articular” trabajadores con patrones y burócratas, como proponen todas las alternativas antes mencionadas.  Se necesita un partido revolucionario que ocupe los lugares nodales de la economía, como los transportes, los servicios bancarios, entre otros. Y que perfile a la clase trabajadora como clase nacional, logrando que los sectores medios y movimientos como el de mujeres, la vean como capaz de cambiar sus condiciones materiales. Para esto no solo debe tomar las demandas de todos los sectores de la fragmentada y extendidísima clase, si no ver más allá de lo corporativo. Conquistar hegemonía, que no se traduce en una mera alianza como dice Mouffe, si no en tener políticas atractivas, para con los sectores de masas que ponen por encima la identificación a la pertenencia de clase (en un mundo donde por primera vez la clase trabajadora es mayoría), identificándose con las propuestas que haga hacia estos la clase revolucionaria. Que es revolucionaria no por ser mayoría o porque veamos en ella algún tipo de “esencia”, sino porque conduce con sus manos lo que el patrón tiene por ley, la producción, el transporte y abastecimiento de los bienes y servicios.
Viene al caso nuestra diferencia con la socialdemocracia que antes describíamos, si hablamos de como conquistar hegemonía. No consideramos que deba haber un “hiato” entre la sociedad actual y el socialismo. Vivimos en un planeta distinto al que vieron los enormes partidos socialdemócratas de mediados del siglo XX, mayoritariamente occidentalizado, en donde el Estado se ha inmiscuido en las organizaciones de masas (sindicatos, centros de estudiantes, movimientos, etc), obligándolas a desenvolverse dentro de los límites de la democracia capitalista y fracturando a la clase en campos independientes entre sí. Pero en donde la crisis orgánica a la que asistimos, pone en jaque sus posibilidades de contenerla en momentos donde esta es atacada. En este marco, el único medio para superar estas trabas es el combate, es superar los límites que nos permite el sistema, no dejando pasar ninguno de los golpes que la clase dominante intente propinarnos. Es  poner en práctica el frente único obrero, que permite defender o golpear uniendo a la fragmentada clase que está bajo influencia de las direcciones burocráticas, pero por demandas más profundas que las que estos pueden ofrecer, sin colaborar con dichas direcciones. Si ellos pelean en contra del cierre de una fábrica, nosotros también, pero por la puesta en producción de la misma bajo gestión de sus trabajadores. Si ellos pelean por trabajo en el marco de una desocupación galopante, nosotros también, pero bajo la perspectiva de reducir la jornada laboral, repartiendo las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, con salarios anclados a la canasta familiar, atacando la ganancia capitalista. Estas enseñanzas, vienen del programa de transición que León Trotsky propone como puente entre las aspiraciones actuales de la clase y el transito al socialismo. Nos permite articular las demandas progresivas de esta, con perspectivas superadoras que horaden la hegemonía burguesa, construyendo el partido que necesitamos y preparando a la clase de conjunto para el pasaje a la ofensiva.
Por este socialismo peleamos y por esta vía queremos llegar a él. Hoy más que nunca, en donde un espectro que muchos buscaron conjurar vuelve a recorrer las calles de Paris y es parte de los conocimientos a los cuales la juventud norteamericana y del mundo apelan, es menester que quienes se reivindican marxistas revolucionarios despejen, una vez más, del camino de estas generaciones todo obstáculo y fraseología barata, que las lógicas posmodernas ofrecen. Retomando el camino que generaciones de revolucionarios han defendido con la pluma y con el cuerpo